Este artículo fue publicado originalmente en ingles en: https://againstcatastrophe.net/
En marzo de 2023, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Agua 2030 reunió a instituciones financieras internacionales, países donantes ricos, fundaciones filantrópicas, y empresas privadas del rubro, en busca de nuevas oportunidades de inversión en agua y servicios relacionados con el agua (Heller et al., 2023). En el contexto de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, estas “oportunidades,” que se promueven como soluciones a retos socioambientales y de desarrollo críticos, se dirigen de forma desproporcionada a las comunidades vulnerables del Sur Global y a las fuentes de agua de las que dependen.
Aunque la financiarización no es nueva ni exclusiva en el sector de agua, nos preocupan profundamente los esfuerzos emergentes por ampliar e intensificar el papel del capital financiero en la gestión y distribución de un recurso tan vital para la vida. Desde nuestro rol de organizadoras e investigadoras arraigadas en redes de justicia hídrica, que reúnen a movimientos de base, comunidades, trabajadores, investigadores críticos y ONG solidarias, ofrecemos a continuación, nuestro análisis sobre estas amenazas emergentes.
Las características que hacen del agua un elemento central de nuestra visión de un mundo justo, equitativo y sostenible son las mismas que la han hecho cada vez más atractiva para las finanzas mundiales: no puede haber vida sin agua; es finita y no tiene sustitutos. La demanda de agua sigue creciendo en todas las esferas de la actividad humana. Sin embargo, las iniciativas impulsadas por las finanzas suelen ser menos visibles y legibles para los movimientos sociales que las actividades de las grandes empresas. Desde la perspectiva de la justicia del agua, nos preocupan las cuestiones de poder. Nos alarma la forma en que los actores financieros tratan de transformar las relaciones hidrosociales –nuestras relaciones con y a través del agua– sometiéndolas al control de los mercados financieros.
Las y los defensores del agua de todo el mundo están al frente de las luchas contra el capitalismo global, ya sea peleando contra la expansión de oleoductos y gasoductos que amenazan ríos y acuíferos (Estes, 2019), impidiendo que los proyectos mineros envenenen sus suministros de agua dulce (Shiva, 2002), o reclamando sistemas de agua y saneamiento a las corporaciones multinacionales (McDonald, 2012, 2019).
A lo largo de las dos últimas décadas, las redes de justicia hídrica, como La Red VIDA en las Américas, la Red Africana de Justicia Hídrica, el Movimiento Europeo del Agua y la plataforma de coordinación global por el agua llamada Foro de los Pueblos del Agua, han creado el tejido conectivo entre las comunidades y han amplificado las luchas locales, reforzado la capacidad de las bases y fomentado la solidaridad mundial.
Con estos antecedentes, nuestra participación en Reclaiming Futures: Water Sovereignity, contribuye a los esfuerzos de nuestras redes para fomentar la alfabetización en torno a la financiarización del agua entre las y los organizadores por la justicia hídrica, apoyar la identificación y el seguimiento de los impactos locales, y sembrar la investigación colaborativa con estudiosos críticos del agua. Por investigación crítica sobre el agua nos referimos a los estudios que hacen visibles las dinámicas de poder que dan forma a los sistemas y procesos que producen resultados hidrosociales desiguales.
En este ensayo, examinamos el papel del ecologismo basado en el mercado, o capitalismo ambiental (o verde azulado), a la hora de facilitar la financiarización de las fuentes de agua dulce. Destacamos casos de capitalismo ambiental que se han puesto en marcha en América Latina y que posteriormente se han reproducido en otras partes del mundo. En la última sección, reflexionamos sobre las prácticas creativas y vitales de las comunidades que se resisten al despojo del agua.
Definiendo la financiarización del agua
En términos generales, la financiarización del agua hace referencia a una serie de procesos destinados a convertir los servicios y recursos hídricos en activos financieros (Bayliss, 2014). También denota el creciente poder de los actores e instrumentos financieros en los servicios relacionados con el agua, las infraestructuras hídricas y las fuentes de agua dulce (Reis et al., 2024; Allen y Pryke, 2013).
En medio de la confusión conceptual en la proliferante literatura sobre la creciente influencia de los actores, instituciones y procesos financieros en todas las esferas de la vida, los estudiosos críticos del agua destacan el papel del “capital con intereses” en lo que denominan la financiarización del agua (Allen y Pryke, 2013; Fine, 2014; Bayliss et al., 2017; Loftus et al., 2018). Estos autores definen la financiarización como el adelanto de capital que devenga intereses en previsión de los rendimientos de las ganancias futuras del capital productivo. Loftus y otros destacan los impactos de la extracción de ingresos en forma de rentas o, en otras palabras, el valor derivado de nuevos flujos que no están vinculados a la producción de bienes o servicios.
El Banco Mundial, la OCDE y la recientemente creada Comisión Mundial sobre la Economía del Agua (GCEW), reconociendo los retos que plantea la adaptación de las complejas e ingobernables relaciones hidrosociales a las necesidades de la financiación mundial, abogan por estrategias de financiación basadas en los resultados. Estas estrategias presionan a los países receptores de préstamos para que creen condiciones propicias y adopten medidas precursoras que reduzcan el riesgo de inversión y aumenten el potencial de flujos de ingresos estables procedentes de las inversiones relacionadas con el agua (véase, por ejemplo, Khemka et al., 2023). Entre otras reformas, los partidarios de la financiarización del agua están presionando a los estados receptores de préstamos y dependientes de la ayuda para que corporativicen los sistemas urbanos de agua y saneamiento, establezcan una asignación de recursos basada en el mercado, y creen instituciones intermediarias que protejan las inversiones comerciales de los riesgos políticos (Karunananthan, de próxima publicación).
La expansión del sector financiero en la infraestructura de agua y saneamiento está bien documentada por un cuerpo sustancial de investigación crítica sobre el agua (Allen y Pryke, 2013; Bayliss, 2014; Loftus et al., 2018; Pryke y Allen, 2019). Sin embargo, como señalan Reiss y otros (2024), se ha investigado mucho menos sobre los mecanismos a través de los cuales los mercados financieros captan las fuentes de agua dulce.
América Latina: Una incubadora para el capitalismo ambiental
Los ricos paisajes naturales y la historia sociopolítica de América Latina han convertido a la región en un importante lugar de experimentación de modelos de gobernanza del agua basados en el mercado que facilitan la transformación de las fuentes de agua dulce en activos financieros.
Por ejemplo, los mercados del agua, defendidos durante mucho tiempo por el Banco Mundial como una forma eficaz de asignar recursos escasos (véase Easter et al., 1999), se establecieron por primera vez en Chile, que se convirtió en un laboratorio de los experimentos neoliberales más extremos tras el golpe de Estado respaldado por Estados Unidos en 1973. El Código de Aguas de 1981 de Pinochet permitió que los derechos de agua emitidos por el Estado se vendieran y revendieran sin supervisión pública (Budds, 2020; Bauer, 2004). Una vez que el Estado asigna todos los derechos sobre una fuente de agua, quienes deseen acceder a aguas superficiales o subterráneas deben comprar los derechos a los propietarios existentes a través del mercado del agua (Budds, 2020; Bauer, 2004). Las empresas urbanas de agua potable compiten por los derechos sobre el agua para superar las ofertas de las empresas mineras y los grandes agronegocios (Molina Camacho, 2016). Mientras que las industrias extractivas y la agroindustria comercial se han beneficiado, las comunidades indígenas, cuyos derechos tradicionales no son reconocidos por el sistema, han perdido el control sobre las fuentes de agua de sus territorios (Molina Camacho, 2016). Las injusticias producidas por los mercados del agua forman parte del legado de un régimen militar violento que consagró la primacía de los derechos de propiedad y pisoteó los derechos humanos y la autodeterminación de los pueblos.
Desde entonces, los mercados del agua han surgido y adoptado nuevas formas en diversos lugares. Los experimentos en California con los mercados del agua demuestran su papel a la hora de hacer el agua más legible para los mercados financieros (Moore, 2024). La asignación de derechos de uso del agua a través de los mercados en California allanó el camino para el primer mercado de futuros del agua del mundo en la Bolsa Mercantil de Chicago en diciembre de 2020, permitiendo a los inversores especular sobre el precio futuro de los derechos de agua de California (Food and Water Watch, 2021; Moore, 2024).
Aunque los mercados de agua son la excepción y no la norma en América Latina, la región ha servido de campo de pruebas para otros modelos depredadores de conservación del agua basados en el mercado, que se están reproduciendo en otras partes del mundo, incluidos los canjes de deuda por naturaleza y los fondos de agua. Ambos utilizan esquemas de pago por servicios ecosistémicos (PSE) para establecer “intercambios de mercado o similares al mercado” en los ecosistemas de agua dulce (Kosoy y Corbera, 2010). Estas medidas monetizan las complejas relaciones hidrosociales, generando flujos de ingresos en los que se puede invertir, comerciar y especular (Kosoy y Corbera, 2010).
Canjes de deuda por naturaleza
En octubre de 2024, El Salvador hizo historia al renunciar a su autoridad sobre el río Lempa, la principal fuente de agua potable del país, en un acuerdo de refinanciación de deuda de 1.000 millones de dólares con JP Morgan (Furness, 2024). Considerado el primer acuerdo de este tipo dirigido a un ecosistema fluvial (White, 2024), se basa en la larga historia de la región con los canjes de deuda por naturaleza (DNS, por sus siglas en inglés), introducidos por primera vez durante la crisis de la deuda latinoamericana de los años ochenta.
Ante una deuda insalvable, varios países latinoamericanos permitieron que grandes porciones de su territorio se convirtieran en áreas de conservación gestionadas por ONGs internacionales favorables a las empresas, entre ellas, World Wildlife Fund y The Nature Conservancy (TNC), financiadas por Coca Cola, a cambio de la condonación de la deuda (Isla, 2015; Naidu, 2015). En Costa Rica, el 28,5% del territorio estaba delimitado como zona de conservación controlada por extranjeros en 2009 (Isla, 2015). Los indígenas desplazados se convirtieron en mano de obra barata para el ecoturismo, los monocultivos y las actividades de bioprospección realizadas en sus propias tierras. Como observa Ana Isla (2015, p. 4), el DNS produjo “nuevos instrumentos, nuevos expertos, nuevos tipos de naturaleza y nuevos trabajadores.” En Bolivia, el primer país del mundo que adoptó un canje de deuda por naturaleza en 1987, las comunidades indígenas desafiaron al ecologismo neocolonial y establecieron regímenes descentralizados de silvicultura comunitaria (León et al., 2012).
No obstante, el canje de deuda por naturaleza se ha extendido desde entonces a otras regiones. El canje del río Lempa en El Salvador forma parte de lo que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y otros proponentes consideran “una nueva oleada de acuerdos sustancialmente mayores” dirigidos a más de 50 países que actualmente están al borde del impago de la deuda soberana (PNUD, 2023).
Fondos de agua
Los fondos de agua, otro instrumento financiero diseñado específicamente para los ecosistemas de agua dulce, también fueron puestos a prueba por primera vez en América Latina por TNC. Desde el lanzamiento del primer fondo de agua en Ecuador en 2000, se han reproducido variaciones de este modelo de conservación privatizada del agua en todo el mundo. Actualmente hay 65 fondos de agua en distintas fases de implantación, 32 de ellos en América Latina. Aunque los detalles varían de un fondo a otro, en general están diseñados para reunir recursos de los grandes usuarios públicos y privados de una cuenca hidrográfica, cuyas contribuciones se invierten en los mercados financieros a través de fondos fiduciarios (TNC, 2012). Los rendimientos financieros de las inversiones de los fondos fiduciarios se utilizan para pagar actividades destinadas a mejorar los servicios ecosistémicos específicos de la cuenca (Goldman, 2009). Las prioridades para el desembolso de los fondos las establece un consejo de administración compuesto por socios y partes interesadas, incluidas las empresas públicas de suministro de agua y las grandes empresas de bebidas que han contribuido al fondo y se benefician económicamente de la recuperación y el mantenimiento de estos servicios (TNC, 2012). El consejo también incluye bancos regionales de desarrollo, donantes bilaterales y universidades interesadas en oportunidades de investigación. Los fondos para el agua han permitido a las empresas que han envenenado o secado las cuencas hidrográficas, reinventarse como parte de la solución. A estas corporaciones se les concede un asiento en la mesa de toma de decisiones de las juntas del agua que operan fuera de la autoridad del Estado y sin rendir cuentas a las comunidades (Joslin y Jepson, 2018).
Haciendo caso omiso a estas largas historias de desposesión violenta, la Comisión Mundial sobre la Economía del Agua (2024) ha sido una poderosa defensora de los sistemas de pago por servicios ecosistémicos como una forma de gestionar lo que consideran una urgente “crisis mundial del agua.” El impulso para crear más fondos para el agua y el canje de deuda por naturaleza en los países del Sur coincide con la voluntad de financiarizar los recursos de agua dulce. Estos esquemas de PSA reducen los complejos “territorios hidrosociales” (Hommes et al., 2019) a un conjunto de funciones monetizadas que pueden comprarse y venderse (Kosoy y Corbera, 2010). Las relaciones tradicionales con el agua se reconfiguran según los valores del mercado, y las comunidades alienadas de sus territorios hidrosociales se ven empujadas hacia la pobreza (Isla, 2015).
América Latina: Una incubadora de resistencia al capitalismo ambiental
Donde hay opresión, siempre hay resistencia. La larga historia de América Latina con formas depredadoras de desposesión hidrosocial también la convierte en una referencia para formas creativas de contraatacar.
Entonces, ¿cuáles son las soluciones para defender el agua, la tierra y los territorios de las crecientes amenazas de la financiarización? Hay muchas formas de responder a esta pregunta, pero nos gustaría centrarnos en una idea destacada por nuestro compañero, el activista colombiano por la justicia hídrica, Javier Márquez, que en un ensayo próximo a salir nos dice: “Respondemos a sus nociones neoliberales de conservación defendiendo nuestra soberanía del agua.”
Existen innumerables ejemplos en todo el continente de comunidades que desafían a las corporaciones reclamando su soberanía hídrica. La oleada de al menos 267 casos de remunicipalización del agua en 37 países (McDonald, 2018) comenzó cuando los habitantes de Cochabamba, Bolivia, reclamaron con éxito su sistema de agua potable a una multinacional estadounidense en la famosa “Guerra del Agua en Cochabamba” en abril de 2000 (Olivera, 2004). A pesar de los múltiples problemas hidrosociales que afectan a Uruguay en la actualidad (véase Castro, 2023), la prohibición de la privatización del agua en 2004 es un testimonio del poder de la organización local (Santos, 2005). Las acciones del populista presidente salvadoreño Bukele no restan poder a los movimientos de base cuyos esfuerzos por defender el agua del desarrollo extractivista neocolonial convirtieron a El Salvador en el primer país del mundo en prohibir la minería metálica en 2017 (Cuffe, 2017; Montoya, 2023).
Afirmación de la soberanía del agua a través de sistemas de agua comunitarios
Más allá de estos actos de resistencia, las comunidades han seguido afirmando su soberanía a través de sistemas y prácticas que cultivan relaciones de afirmación de la vida con el territorio, la tierra y el agua. Destacamos los sistemas de agua comunitarios como una poderosa fuerza contra la financiarización del agua en América Latina.
Existen miles de sistemas de agua autónomos comunitarios y sin ánimo de lucro responsables del suministro de agua potable en zonas rurales periurbanas de América Latina (Olivera y Archidiacono, 2021). Su papel va mucho más allá de la prestación de servicios básicos. Actúan como custodios de las fuentes de agua, defienden los derechos comunitarios al agua y garantizan la toma de decisiones participativa. Este video nos cuenta la historia de una red de sistemas de agua comunitarios en la región colombiana de Tasco, en el centro de una campaña para detener la minería del carbón en su territorio. En 2017, se organizaron para destituir a un alcalde que había incumplido el mandato de proteger las fuentes de agua locales.
La Plataforma de Acuerdos Público Comunitarios de las Américas (PAPC) es una red que facilita el intercambio horizontal de conocimientos entre sistemas de agua comunitarios de Bolivia, Colombia, El Salvador, México, Chile y Uruguay. La red también incluye sindicatos, instituciones académicas, organizaciones por la justicia hídrica y empresas públicas de agua que comparten conocimientos técnicos y prestan apoyo organizativo de forma solidaria. La PAPC presenta una alternativa justa y sostenible a las asociaciones público-privadas con ánimo de lucro.
Conclusión
Hemos destacado las violentas historias del ecologismo mercantil en América Latina en un momento en el que se están promoviendo versiones ampliadas de estos modelos en nombre de una crisis mundial del agua. Al mismo tiempo, los sistemas de agua comunitarios y la PAPC ejemplifican la capacidad de las comunidades al frente para organizarse en torno a sus propias necesidades y desarrollar soluciones a través de redes de solidaridad en sus propios términos, sin renunciar a sus derechos ni a su poder de decisión. Como bien nos recuerda George Caffentzis, “las ideas no surgen de una bombilla en el cerebro de otra persona; las ideas surgen de las luchas; este es un principio metodológico básico” (Barbagallo, et al., 2019).
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Sobre las autoras
Meera Karunananthan es profesora adjunta del Departamento de Geografía y Estudios Ambientales de la Universidad Carleton de Ottawa (Canadá), en el territorio no cedido de la Nación Anishinabe Algonquin. También preside el Proyecto Planeta Azul y es miembro de la junta directiva de Brigadas Internacionales de Paz en Canadá. Lleva a cabo investigaciones solidarias con movimientos por la justicia hídrica y comunidades que luchan contra el acaparamiento y la privatización del agua en todo el mundo.
Marcela Olivera es una organizadora del agua que vive en Cochabamba, Bolivia. Desde 2004, ayuda a desarrollar y consolidar una red ciudadana interamericana por la justicia hídrica llamada La Red VIDA. También forma parte del equipo de coordinación de la Plataforma de Acuerdos Público y Comunitarios de las Américas (PAPC) como parte de su trabajo en el Proyecto Planeta Azul.